Y parece mentira que a pesar de su corta edad (4 años) demostrara ser una niña tan despierta e inteligente. En las clases, solía destacar por encima de muchos niños, porque comprendía y aprendía las cosas con gran facilidad. Además, era muy presumida, le gustaba verse en las fotos, llevar vestidos de volantes, peinarse de manera diferente cada día y que la pintaran. Pero además, por encima de todo eso, lo que más le gustaba era que le hicieran caso y estar en los brazos de los voluntarios, especialmente en los de Óscar y Hazem que se deshacían en mimos con ella.
El momento más triste para la pequeña Oliva era cuando se despedía cada tarde de sus amigos y voluntarios. Cuando entraba en el autobús, comenzaba a llorar con una pena que parecía que estuviera pensando que ya no regresaría más. Algunos de sus amigos le consolaban y mostraban gestos de complicidad, como cuando le prestaron el peluche de Bugs Bunny, para que se lo llevara a casa.
Esa misma pena es la que se llevó Óscar al despedirse de ella antes de nuestro regreso a España. Y sus amigos le consolábamos viendo vídeos y fotografías. Hoy, Oliva y los otros niños, siguen presente en su corazón y aún se le iluminan los ojos cuando les recuerda.
Antes de acabar, os dejo con unas líneas que escribió Óscar recientemente, resumiendo su experiencia. Espero que os guste, a mi me encanta cómo escribe:
“Tratar de resumir en cinco simples líneas todo lo que viví en el Baobab sería como intentar poner puertas a un desierto infinito…Y digo infinito, porque infinito es el cúmulo de sentimientos que te pegan contra el pecho cada vez que un recuerdo, una foto o un sueño me devuelven a África.
Si respiro profundamente todavía puedo olerles, escucharles e incluso tocarles porque el recuerdo que han dejado dentro de mí está totalmente fijado al corazón de la misma manera que los cimientos de una casa fijan la fachada.
Si cierro los ojos todavía puedo escuchar los sonidos de las risas; todavía puedo volver a sentir que no tengo extremidades sino niños amarrados a ellas. Si giro la cabeza aún puedo seguir jugando al escondite inglés con ellos, al balón prisionero o a la comba. Puedo sentarme en el césped a escuchar música mientras con la mayor naturalidad del mundo te cuentan sus vidas y deseos.
Sus pasados ya escritos y sus futuros aún por escribir sobre un folio vacío. Un folio que existe gracias a mucha gente de buena fe. Un folio donde Deborah, Fadilah, María, Esther, Doto, Oliva, Jordan, Isa y así hasta treinta nombres, tienen la posibilidad de escribir su futuro.
Lo más curioso es esa sensación de “maestro enseñado por el alumno”; porque si de algo estoy convencido es de que por muchas matemáticas, inglés o geografía que yo les haya intentado enseñar, el que más ha aprendido he sido yo. Me han enseñado cosas que no están en los libros. Por ello siempre les llevaré en mi corazón y en mi recuerdo. Asante sana marafiki!"