miércoles, 13 de octubre de 2010

Es mía, es mi niña - Colaboración especial de Óscar (voluntario)



Era la niña de sus ojos. Era y lo sigue siendo… su niña, la de Óscar. La más pequeña del orfanato, Oliva, que ya consiguió captar su atención mucho antes de irnos de viaje, en una foto en la que aparecía ella, amarrada a una pelota de color rojo grandísima. Tan grande como el corazón de Óscar.


Y parece mentira que a pesar de su corta edad (4 años) demostrara ser una niña tan despierta e inteligente. En las clases, solía destacar por encima de muchos niños, porque comprendía y aprendía las cosas con gran facilidad. Además, era muy presumida, le gustaba verse en las fotos, llevar vestidos de volantes, peinarse de manera diferente cada día y que la pintaran. Pero además, por encima de todo eso, lo que más le gustaba era que le hicieran caso y estar en los brazos de los voluntarios, especialmente en los de Óscar y Hazem que se deshacían en mimos con ella.


Y si hablamos de Oliva, no podemos olvidarnos de su madre, Mama Issa. Oliva era una de las afortunadas que tenía una madre que se preocupaba por ella y con la que vivía fuera del orfanato. Además, tenía otros 4 hijos: Said, Susi, Mariam e Issa, que se quedaban en Baobab porque no podía atender a todos en su casa, situada a las afueras de Arusha. Todos ellos eran unos niños educados y responsables, que tenían una magia especial. Mama Issa era, además de una gran madre, una persona muy trabajadora, que pasaba la jornada trabajando para el orfanato, siempre cerca de sus hijos. Así, estaba desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde dedicada en cuerpo y alma a atender tareas del Baobab: barrer, fregar, asear los cuartos, hacer la comida y lavar a mano prenda por prenda de los 30 niños. Pero también tenía tiempo y ganas de divertirse. Cuando algún día terminaba sus labores, aprovechaba para ir al jardín donde estaban los niños, para jugar a “balón prisionero” y a la “cuerda”. Disfrutaba como una más. Quizá era un momento de evasión de sus preocupaciones, se la veía feliz y esa felicidad te la contagiaba. Apenas hablaba inglés, pero sólo con su mirada y su sonrisa se esforzaba en comunicarse con nosotros.


El momento más triste para la pequeña Oliva era cuando se despedía cada tarde de sus amigos y voluntarios. Cuando entraba en el autobús, comenzaba a llorar con una pena que parecía que estuviera pensando que ya no regresaría más. Algunos de sus amigos le consolaban y mostraban gestos de complicidad, como cuando le prestaron el peluche de Bugs Bunny, para que se lo llevara a casa.


Esa misma pena es la que se llevó Óscar al despedirse de ella antes de nuestro regreso a España. Y sus amigos le consolábamos viendo vídeos y fotografías. Hoy, Oliva y los otros niños, siguen presente en su corazón y aún se le iluminan los ojos cuando les recuerda.


Antes de acabar, os dejo con unas líneas que escribió Óscar recientemente, resumiendo su experiencia. Espero que os guste, a mi me encanta cómo escribe:



“Tratar de resumir en cinco simples líneas todo lo que viví en el Baobab sería como intentar poner puertas a un desierto infinito…Y digo infinito, porque infinito es el cúmulo de sentimientos que te pegan contra el pecho cada vez que un recuerdo, una foto o un sueño me devuelven a África.


Si respiro profundamente todavía puedo olerles, escucharles e incluso tocarles porque el recuerdo que han dejado dentro de mí está totalmente fijado al corazón de la misma manera que los cimientos de una casa fijan la fachada.



Si cierro los ojos todavía puedo escuchar los sonidos de las risas; todavía puedo volver a sentir que no tengo extremidades sino niños amarrados a ellas. Si giro la cabeza aún puedo seguir jugando al escondite inglés con ellos, al balón prisionero o a la comba. Puedo sentarme en el césped a escuchar música mientras con la mayor naturalidad del mundo te cuentan sus vidas y deseos.



Sus pasados ya escritos y sus futuros aún por escribir sobre un folio vacío. Un folio que existe gracias a mucha gente de buena fe. Un folio donde Deborah, Fadilah, María, Esther, Doto, Oliva, Jordan, Isa y así hasta treinta nombres, tienen la posibilidad de escribir su futuro.



Lo más curioso es esa sensación de “maestro enseñado por el alumno”; porque si de algo estoy convencido es de que por muchas matemáticas, inglés o geografía que yo les haya intentado enseñar, el que más ha aprendido he sido yo. Me han enseñado cosas que no están en los libros. Por ello siempre les llevaré en mi corazón y en mi recuerdo. Asante sana marafiki!"

viernes, 1 de octubre de 2010

Memorias de un sueño...



¿Te has fijado en la mirada? Cada vez que le veo, me siguen llamando la atención sus ojos. Son de Naftal, uno de los 30 niños con los que he compartido mi verano. Si además, observas detenidamente la imagen, verás que tiene como dos pequeñas marcas sobre sus mejillas. Me dijeron que se las hicieron cuando él era más pequeño. Es un rasgo identificativo de la comunidad a la que pertenece, los Masais, una de las tribus más importantes de África Oriental (principalmente Kenia y Tanzania).
He cambiado la imagen principal del blog. Ahora la ocupan Doto, Glory y Oliva, tres niños muy especiales. Todos son especiales, en verdad. Aún recuerdo cuando tomamos aquella foto, fue idea de Hazem. Estábamos en el jardín del orfanato, cerca de la entrada principal, jugando con ellos, riendo. No podíamos dejar de hacerles fotos. Y de pronto, "click", salió la imagen...algo más que una imagen diría yo.
Como imaginarás, tengo muchos sentimientos, pensamientos, imágenes de mi viaje a Tanzania. Si me sigues leyendo, quiero compartir contigo algunos de ellos aquí y ahora, muchos otros los guardo para contártelos en persona y, todos ellos, sin excepción, se quedarán dentro de mi.
No quería hacer casi introducción, pero al final me ha resultado imposible. Ahora sí, te dejo ya con unas pequeñas líneas que escribí esta semana, para un artículo que nos pidieron a los voluntarios. El próximo día publicaré los textos de mis compañeros voluntarios, la verdad es que son preciosos.
15:00h. Estoy en la oficina y recibo un e-mail de Paula, dirigido al grupo de voluntarios que estuvimos este verano en el orfanato Baobab, en Tanzania. Nos invita a que colaboremos con un pequeño texto contando nuestra experiencia para El Naturalista, uno de los sponsors de la ONG. Al momento, me detengo. Vuelvo a leer el e-mail. Pienso. Me doy cuenta de que no soy capaz de resumir en 5 líneas todo lo que he vivido allí.
Cierro los ojos y, en ese momento, me encuentro con una sonrisa y una mirada. Los ojos son oscuros, la tez morena. Es profunda, y en esa profundidad veo nobleza, dignidad. La mirada viene de lejos, de otro tiempo, de otro continente. Está fijada en mí.
Han pasado pocos meses desde mi estancia en Tanzania, un viaje para conocer otro lugar, otra gente y, quizá también para conocerse a uno mismo. Bajo un cielo azul y una suave brisa de polvo que envuelve la ciudad de Arusha, brillan como estrellas las pupilas de aquellos niños. Unos niños con los que hemos compartido momentos imborrables: un circo con payasos y trapecistas, un desfile de moda, veladas con música a la luz de luna llena, excursiones a cataratas y al Lago Duluti, día de Piñatas, horas y horas de talleres de danza, teatro, inglés, lectura, juegos…Poco a poco íbamos introduciéndonos en su vida allí y ellos en la nuestra.
Son muchos los recuerdos y las vivencias de aquellos días, pero en Madrid, la rutina llega fulminante a nuestras vidas, la llena de preocupaciones laborales, problemas banales, de cuestiones cotidianas que te confunden, parece que aquel viaje quedó lejos, lejísimos a veces.
Pero cada noche, pienso en esa mirada. Repaso las fotos que hicimos, los vídeos que grabamos, las cartas que nos escribimos. Siempre, de un modo u otro, los niños del Babobab me van a seguir acompañando, mientras guardo la esperanza de volver a encontrarnos pronto, muy pronto.